Desde hace un tiempo -los especialistas hablan concretamente del año 2016, luego del triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EEUU-, han cobrado relevancia los análisis sobre las llamadas fake news. Se conoce con ese nombre a la generación y puesta en circulación de noticias falsas -fundamentalmente a través de las redes sociales-, con el fin de desacreditar a personalidades relevantes, empresas o marcas que en ese momento forman parte de la agenda pública. Es un fenómeno especialmente ligado a temáticas políticas.
En general, las fake news se parecen a las noticias reales que estamos acostumbrados a consumir en los medios tradicionales: atrapan la atención con titulares cautivadores, hablan sobre personas o circunstancias que interesan a muchas personas, brindan detalles importantes del hecho que relatan e incluso van acompañadas de fotografías. Solo que dicha información es total o parcialmente falsa y, por lo tanto, engañosa. Estos relatos impactan -incluso de manera más potente que las noticias reales- ya que son discursos construidos especialmente con el fin de cautivar desde la curiosidad; apelan a las emociones más profundas del ser humano, generan empatía, y así invitan, inevitablemente, a la viralización. Se presentan como primicias, scoops, información que los medios tradicionales parecen no querer cubrir. ¿Quién podría resistirse a compartirlas?
Los analistas coinciden en señalar un antes y un después de las elecciones norteamericanas en cuanto a la conciencia social de la problemática de las fake news: a la luz de los estudios posteriores, las personas han comenzado a comprender las consecuencias graves que el fenómeno puede tener para la democracia. Hoy se conoce más sobre el tema y, aún a pesar de que el mecanismo de generación y viralización de des-información subsiste, hay personas que lo resisten, han tomado acción y han generado formas de contrarrestarlo.
¿Cuál es la clave para hacerlo? En inglés, se la conoce como fact-checking y se trata, nada más y nada menos, que de una de las prácticas más tradicionales del periodismo: el chequeo de la información y de las fuentes. Internet, el mismo medio que ha dado vida al fenómeno de las fake news, nos brinda las herramientas para enfrentarlo de manera rápida y efectiva.
¿Cómo realizar un fact-checking adecuado?
En pocos clics podemos lograrlo, poniendo en práctica estos puntos antes de compartir información dudosa:
- Ante la incertidumbre acerca de si una noticia es real o falsa, es preferible sospechar. Googlear el titular de la nota y revisar en qué sitios fue publicada. Si los medios y portales de mayor reputación y trayectoria hablan del tema, leer sus coberturas y revisar si los datos son coincidentes, al margen de la postura ideológica.
- Chequear el crédito de la nota. ¿Quién la firma? Si se trata de una persona real, es muy sencillo verificar su trayectoria profesional en Google o en Linkedin.
- Si no se habla del tema en los medios tradicionales, rastrear el origen de la nota. ¿Dónde fue publicada? ¿Se trata de un sitio serio? ¿Qué otras noticias comparten ese espacio? Una breve ojeada nos permitirá verificar la calidad de su propuesta editorial.
- Desconfiar también de la foto. Los bancos de imágenes disponibles en internet ponen al alcance de cualquier persona fotografías de todos los temas imaginables. Y mediante el uso de programas de edición, como Photoshop, pueden lograrse instantáneas falsas con altísimo nivel de verosimilitud. Por eso, en primer lugar conviene revisar el crédito de la fotografía: ¿Quién es su autor? Si su nombre aparece publicado, podemos verificar su perfil en las redes sociales. Si se atribuye el crédito a una empresa, se puede visitar el sitio oficial y comprobarlo.
- Si la foto no se atribuye a un autor en particular, podemos usar el comando “buscar imagen en Google” (al cual se accede haciendo clic derecho sobre la imagen) para revisar su origen.
- Mantenerse informado a través de fuentes confiables. En las redes, podemos distinguir a los medios e informantes más serios a través de indicadores como las insignias (que señalan las cuentas oficiales), la seriedad de los comentarios, la cantidad de seguidores genuinos y la calidad en la producción de los textos. Las huellas digitales son prácticamente indelebles y podemos seguirlas con facilidad.
- Reflexionar antes de reenviar. Separar los hechos de los comentarios. Evitar la compulsión que genera el call to action (“compartí”, “hacé clic acá”, “enviá”, “ayudá” y otros imperativos equivalentes). Calmar la ansiedad que es producto de la indignación ante los casos de injusticia, y las urgencias ante los de sufrimiento.
Cada clic que damos en el botón de compartir nos convierte en emisores y debemos ser conscientes de la importancia social que asumimos con ese rol. Es responsabilidad de cada uno chequear antes de reenviar. Esta es la única manera de poder participar de la opinión pública con seriedad, compromiso y calidad.